sábado, 29 de enero de 2011

Almuerzo con... Mario García Goldero “Cuando sales por la puerta de tu casa, no sabes lo que puede pasar esa noche”

Son las diez y media de la mañana. Llego media hora tarde. Espero que no se haya aburrido mucho o, de lo contrario, mi entrada en la cafetería será un tanto incómoda. Conozco bien a mi padre y sé que es de esas personas a las que no les gusta esperar. Me recibe con una sonrisa, pero, a pesar de ello, sé que le ha molestado que no haya sido puntual.

Este hombre de 47 años tiene ya cierta experiencia sobre su oficio. Ha dedicado gran parte de su vida a este trabajo, que le apasiona y le motiva. Y es que ser policía no es fácil, o por lo menos, así lo veo yo. A pesar de llevar toda la vida viviendo en Blanes, ha dedicado sus últimos 27 años a formar parte del cuerpo de policía de Lloret de Mar.

Le hago la primera pregunta mientas le traen un café. “Mi trabajo consiste en vigilar y controlar el tránsito, la seguridad ciudadana, ayudar a la gente, hacer que se cumplan las leyes… entre otras cosas”, me contesta. Al finalizar la respuesta, abre un sobrecito de azúcar y lo vierte cuidadosamente en la taza.

Me explica que ese no fue su sueño desde pequeño. “Como la mayoría de los niños, yo quería ser astronauta, pero con el paso del tiempo, te das cuenta de que eso nunca va a ocurrir”, me dice mientras toma un pequeño sorbo. Al dejar la taza en el platito, se le derrama un poco de café en la mesa.

Mientras toma otro sorbo, me preparo la siguiente pregunta. Cuando veo que ha acabado, le pregunto si su trabajo es arriesgado, incluso hasta el punto de poder jugarse la vida. “Cuando sales por la puerta de tu casa para ir a trabajar, te viene a la cabeza que no sabes lo que puede pasar esa noche; por eso nunca se me olvida darle un beso a mi mujer y a mis hijos y, de esta manera, me siento más seguro”, me dice. Puedo notar en su voz que lo dice sin miedo alguno. Se nota que le apasiona su trabajo y no lo dejaría por nada. Esta vez, toma un sorbo muy largo.

Me interesa saber si en su primer día de trabajo estuvo nervioso, así que se lo pregunto. “El primer día parecía un niño con un juguete nuevo: el uniforme, la gorra; la gente me preguntaba, me miraba… Pero no tuve nervios; me sentía realmente bien”, me contesta mientras mira a una anciana que entra por la puerta. Veía magia en sus ojos. Se nota que le gusta ayudar a la gente que lo necesita; se lo veo en su mirada.

Toma un profundo sorbo del café. Veo que deja la taza vacía en el platito. “Me gustaría seguir con mi trabajo hasta que mi cuerpo no pueda más”, me contesta con cierto tono de tristeza. Para animarle, le digo que aún le quedan muchos años de trabajo, que él es joven.

Paga la cuenta y nos vamos. Seguramente se va a poner el uniforme, ya que su turno empieza en unas horas. Le deseo lo mejor.

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