martes, 18 de noviembre de 2008

ALMUERZO CON... JORGE NAVARRO

“Y algo surgió en mí, al verlos esbozar esa cálida sonrisa”

A pesar de mi insistencia de ir a un restaurante, acabo aceptando la invitación para comer en su casa. Mi inusual anfitrión me abre la puerta con exquisita educación y me invita a tomar asiento en la soleada terraza de la acogedora casa de fachada amarilla, a la vez que me pide, por favor, que lo tutee. Son las 14.30 y me asegura que en cinco minutos empezará la deliciosa comilona que se adivina en la ya preparada mesa de la cocina.

Se llama Jorge Navarro, tiene 53 años, y ejerce de abogado desde hace, aproximadamente, treinta años. Lo que le hace especial es que compagina esa profesión con un hobbie que ha llegado a adquirir la misma importancia que su carrera a lo largo del tiempo: la fotografía.

Le pregunto a cuántos lugares del mundo ha viajado y me responde, con una media sonrisa, que a todas partes y a ninguna. Ante lo misterioso de la respuesta, insisto. Y responde:

- He puesto los pies en los cinco continentes pero me falta tanto, tanto por conocer que mis viajes se reducen al recorrido de una hormiguita por mi mano.

Me quedo tan impresionada que él aprovecha para conducirme al salón y a la mesa llena de manjares que aparece, imponente, en el centro. Durante el primer plato, una excelente sopa de pescado, le pregunto acerca de la dificultad de compaginar dos actividades tan diferentes. Él, sereno, replica:

- No existe dificultad. Soy funcionario, así que aprovecho las ventajas de esta condición, como las vacaciones, para dedicarme a la fotografía.

Le pido que, una vez terminado el festín, me enseñe sus fotografías.

Retira los platos soperos y trincha el majestuoso faisán que acaba de plantar en medio de la mesa. Viene acompañado de unas deliciosas patatas al horno. Ocupado como está con esa tarea, lo tiroteo a preguntas.

- ¿Por qué te interesaste por la abogacía? ¿Y por la fotografía?

- Desde el instituto me gustó la carrera de Derecho. La idea de ayudar a la gente y cobrar a la vez me parecía sumamente atractiva – se ríe entre dientes-. La fotografía, en cambio, nació como una necesidad de inmortalizar las experiencias vividas, desde temprana edad, en mis lejanos y largos viajes. Sucedió en la India, cuando yo era tan sólo un rebelde adolescente de diecisiete años. Una pareja de ancianos hindúes me pidió que les sacara una foto, y algo surgió en mí, al verlos esbozar esa cálida sonrisa y estirar sus curtidas facciones. Sus ojos negro azabache me hablaron de la necesidad de perpetuar la expresiva mirada que destilaban. Desde entonces, no emprendí un solo viaje más sin mi cámara que compré después de un arduo verano de trabajo, de reponedor en un supermercado.

- ¿Y con cuál disfrutas más?

- Como bien dices, son tan diferentes que no puedo elegir entre ambas. Me gustan las dos, cada una con sus ventajas y desventajas. La abogacía me resuelve las necesidades económicas, pero no solo por ello disfruto ejerciéndola.

Es una satisfacción ayudar a resolver mediante la justicia. La fotografía, en cambio, me permite desarrollar mi faceta creativa. Sin más limitaciones que las que impone la tecnología. Amo observar a la gente y enfocarla con mi objetivo sin que se den cuenta, detener sus movimientos en un pedazo de papel e inmovilizar sus emociones.

Ante tal derroche de sensibilidad, no puedo evitar que se me ponga la piel de gallina. El hombre me guiña el ojo, con la habitual media sonrisa dibujada en sus labios, y, una vez más, me impide ayudarlo con los platos. Trae, por último, el postre, unas tajadas de jugoso melón. Con la boca llena, le pregunto si no se ha planteado nunca dejar una de las dos actividades.

“Te repito que no puedo elegir entre ambas así que me quedo con las dos. Incluso de vez en cuando las intento mezclar. Sin que me vean, cuelo mi cámara en la Sala de los Juzgados y procuro sentarme entre la pared y el juez Matas, que está un poco sordo. Así nadie advierte los “clic’s” de mi fiel compañera. ¡Ajá! ¡Esto último es broma!”

Una vez finalizada la comida, acepta que lo ayude y entre los dos fregamos los platos. Durante el café, me agradece que me haya tomado la molestia de entrevistarlo a él, con lo que me deja, una vez más, sin palabras. Y, de nuevo, aparece esa misteriosa media sonrisa, que habla de mundos plasmados en soporte digital.

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